"Nadie sabía lo que hacía o a dónde iba cuando esa puerta se cerraba tras ella después de que la acariciara ligeramente para evitar un ruido innecesario. Nadie conocía con certeza lo que podía rondar su cabeza mientras bajaba esas escaleras y seguía su camino hasta su coche que por sistema aparcaba en el mismo sitio. Guardaba sus libros en la parte de atrás, se sentaba al volante y arrancaba. Su coche siempre pasaba frente a la puerta, sus ojos siempre examinaban la entrada pareciendo buscar algo o a alguien al mismo tiempo que aminoraba la velocidad y que buena música, siempre buena música, sonaba dentro del coche. Después se iba, se iba y nadie volvería a verla hasta el Lunes siguiente, o quizás el Martes o tal vez pasaría una semana sin que nadie supiera nada de ella. Había quien la consideraba misteriosa, algunos rara y otros ni siquiera sabían quien era. Él, que la observaba todos los días que tenía la suerte de poder verla, la consideraba su luna. La luna era tan misteriosa como ella, siempre enseñando solo una cara teniendo la absoluta certeza de que la otra existe pero sin haberla visto nunca. Siempre iba sola a todas partes, observando intentando descubrir algo más de lo que solo podía ver. Era distinta. No sabia como se llamaba, no estaba ni siquiera en su clase pero un cruce de miradas fortuito una mañana había hecho que quisiera buscarla y supiera donde encontrarla en el descanso a media mañana y a la hora de salir. En el descanso solía estar apoyada en un muro con un cuaderno siempre escribiendo, cuando llovía pasaba esa escasa media hora en la cafetería, también escribiendo. Su pelo rubio siempre brillaba cayendo perfectamente liso hacia la mitad de su espalda, su figura era delicada, dibujada cuidadosamente. Podría parecer fácil acercarse a ella e iniciar una conversación sobre algún tema poco relevante, pero dejado de un lado la gran posibilidad de que un tema poco relevante no sería la forma adecuada de empezar a hablar con ella..."
- (sin título). Lidia, Junio 2001.
